el árbol va aumentando su volumen; y aunque ese
mecanismo de irse aumentando por capas parece común a todos los demás árboles;
las capas del umbú se distinguen de las de los demás, en que en éstos las capas
se unen y se conglutinan tan estrechamente unas con otras, ya más, ya menos
según su solidez respectiva, que no presentan en la madera más que un solo
cuerpo duro y firme; en vez de que en el umbú las capas se conservan siempre visiblemente
separadas, sin formar entre sí mismas una unión estrecha.
En medio de la flojera, digámoslo así, con que
engruesa este árbol, su resistencia a los vientos generalmente es mayor que la
de muchos árboles de madera fuerte, a quienes el viento desgaja con más
facilidad que al umbú.
Yo no conozco más que dos especies: una de machos
que dan sólo flores, y otra de hembras que dan flores y fruto [2]. Se suelen
poner en el campo cerca de las casas por su hermosura, y principalmente por la
sombra que con su grande copa hacen en el estío, útil para las gallinas y para
otros animales domésticos, y también para colgar la carne al fresco, que
regularmente corre debajo de sus ramas.
flores ombú macho
flores y fruto ombú hembra
El motivo porque por lo común se siente correr aire
debajo de los umbús, lo atribuyo a que por leve que sea el aura que corre, como
corra alguna, tropieza en la copa espesa del umbú, y hallando en ella embarazo,
tuerce su corriente hacia la parte en que no lo tiene, que es por debajo del
árbol. Este efecto se hace muy sensible cuando hay dos árboles a la par, que
unan arriba sus copas; porque pasando por cerca de ellos se suele sentir la
corriente del aire que se reúne por entre los troncos, aunque no se sienta en
otro lugar si el día está sereno.
Para trasplantarlos conviene esperar al equinoccio
de setiembre; porque estos árboles, que empiezan a brotar a la mitad de
octubre, suelen sentir mucho los hielos cuando no están arraigados, y por ellos
se suelen perder si se ponen temprano.
A los dos años de haber comprado mi chácara
trasplanté tres umbús que habían nacido el año anterior de 1774, y los puse en
triángulo cerca de la casa a la distancia sólo de cinco varas [3] unos de otros
con el objeto de poder atravesar de unos a otros, cuando fuesen grandes,
tijeras de sauce, en que colgar cómodamente la carne. De los tres se me perdió
uno, y en los otros dos que me quedaron hallé el servicio que me propuse de los
tres; pues atravesé de uno a otro una tijera de sauce en que podía colgar todos
los cuartos de una res.
Para que la carne no se mojase cuando llovía, pues
mojada adquiere mal gusto y se pierde pronto, encaramé en la tijera atravesada
en las horquetas de los dos umbús, un par de cueros grandes, que con huascas
que se ataban por una punta en las garras, los extendían y se ataban por la
otra en algunas ramas de los árboles. Cubierta muy bien la tijera con los
cueros pasaban por entre ellos y la tijera unas huascas fuertes, que tenían
cada una en un extremo un gancho de madera de los que en mi casa se suelen
hacer del concurso de dos ramas de un grueso proporcionado. Cuando se colgaba
carne no había más que engancharla, izarla con la huasca y atar el otro extremo
en uno de los ceñidores de torzal que tenían los umbús atados flojamente en la
cintura de sus troncos. Con esta operación sencilla estaba la carne siempre al
fresco y preservada de la lluvia.
El ceñidor de torzal que tenían los troncos no sólo
servía para asegurar la carne, sino también para atar los caballos a la sombra
en cualquiera de ellos; pues sin el ceñidor no se podían atar cómodamente;
porque los troncos que desde el suelo a las horquetas principales tenían cuatro
varas de alto, y era necesario una escalera para subir a los umbús, tenían de
circunferencia, en donde menos, las mismas cuatro varas, o muy cerca: con que
para atar caballos en los umbús, o era menester clavar argollones en los
troncos, o usar del ceñidor flojo que acabo de decir; los umbús a los treinta y
nueve años de edad tenían dieciocho varas y media de altura, y el diámetro de
su copa era por lo menos otro tanto.
Mi casa estaba abrigada con ellos de los sudestes,
y parecía de lejos que se apoyaba a los árboles. Estos a mis ojos la adornaban
con los verdes colgantes de sus ramas, y yo los apreciaba en tanto que hubiera
despreciado una talega de pesos que me hubiesen ofrecido por quitarlos de donde
yo los tenía.
Pues todo este bien, o casi todo, desapareció el
presente año de 13; porque el día 2 de febrero hirió un rayo los dos umbús. Al
que estaba más al norte y más cercano a la casa lo perdió del todo, y al
compañero le maltrató las más grandes ramas. Al principio creí que el daño era
muy corto; porque no se vio en el perdido más que un leve rasguño sobre la
horqueta principal, y porque dos caballos, que estaban atados a él, no
recibieron mal ninguno; pero a los pocos días las ramas grandes; que formaban
toda su copa, se empezaron a caer, llevadas sólo de su peso, de suerte que no
quedó en pie más que sólo el tronco; luego advertí que el fuego eléctrico había
penetrado hasta las raíces por el sonido hueco que daba el tronco, y por el mal
olor que despedía.
Así lo hice cortar todo, y que se cortasen también
todas las ramas heridas del que quedó en pie. Todo el forraje que salió de los
umbús, con que se podían cargar algunos carros, lo reduje a rajas y astillas, y
después que se orearon, en que tardaron muchos días, las puse en disposición de
darles fuego para sacar ceniza; porque me habían dicho que la ceniza del umbú
era buena para la lejía, con que se hace jabón.
Como me he propuesto dar una idea de todo lo que yo
sepa concerniente a los provechos, que se puedan sacar de una chácara, voy a darla
del modo de hacer jabón, que yo ignoraba hasta el presente año en que lo he
hecho con la ceniza de la broza, que junté de los dos umbús. Oreadas las rajas,
sin esperar a que se sequen del todo; porque entonces pierden las sales, en que
consiste el mérito de la ceniza, se hacen unos montones piramidales, cruzando
las rajas de modo que el fuego pueda entrar por todo el montón, poniendo
primero debajo alguna paja seca a fin de que por ella prenda el fuego. Cuando
éste ha prendido y se comunicó a la leña que forma la pira, se tiene cuidado de
ir tapando con astillas menudas, que están a la mano, las salidas grandes que
tenga el fuego con el objeto de que no se evaporen las sales, o se evaporen lo
menos posible.
Por este motivo de conservar las sales sería mejor
quemar el ombú con toda la humedad que saca de sus raíces; pero quemarlo sin
que se oree primero es obra moralmente imposible, como también lo es quemar las
ramas gruesas sólo como el brazo cuando no se han hendido: así lo he
experimentado yo, y para quemarlas he tenido que animar el fuego, echándole por
encima al montón paja de trigo menuda, de la que se saca de la era después que
se avienta el trigo. Esta paja, que por ser menuda se insinúa por todos los
resquicios del montón, anima el fuego sin levantar mucha llama, y así se ha
podido quemar bien una leña que sin ese auxilio era muy difícil quemarla.
Cuando arde el montón se tiene también cuidado de echar encima la leña que se
desparrama para que la penetre el fuego, y se deja amontonada hasta que se enfríe,
preservando el montón de que se moje con alguna lluvia, que le llevaría las
sales."
(se omiten aquí varios párrafos en los que el autor
describe al detalle la forma de producir velas y jabón con sebo y usando las
cenizas del ombú).
"Ahora volviendo a los umbús, que dieron
ocasión a un artículo más largo de lo que yo pensaba, parece que estos árboles
son muy perseguidos de los rayos; porque el mismo día que un rayo hirió a los
míos, otro rayo hirió a un umbú de la chácara que fue de dan Domingo Guerrero.
Cuando por ella pasaba para ir a misa vi que al umbú herido se le fueron
desplomando las ramas del mismo modo que le sucedía al que se me había muerto
en mi casa.
Fuera de estos umbús tengo noticia de otros que
fueron heridos y muertos de rayo. Lo que hace creer que estos árboles son más
expuestos que otros a ser heridos de este terrible meteoro. Así se experimenta,
y puede provenir de que siendo por lo común los umbús grandes y corpulentos, y
de que regularmente se ponen en lugares bastante elevados, alcanzan por su
altura sobre la del lugar en que los ponen, a la región del aire en que los
rayos se encienden con más frecuencia, a que puede concurrir también el que
abundando, como ciertamente abundan, de sales; abundarán asimismo de nitro,
que, según se dice, es una de las materias en que se ceba el fuego eléctrico, y
es la que causa la explosión espantosa que se oye cuando el rayo se enciende.
Siendo esto así, como parece por los efectos, parece también que lejos de ser
esos árboles útiles a las casas, les pueden ser muy perjudiciales, y que más
bien se debe aconsejar que el que los tenga, los corte o los arranque, que el
que se pongan cerca de ellas.
A esto digo que la utilidad diaria y constante, que
traen los umbús a las casas, se debe anteponer a un prejuicio remoto que por
ellos pudiera sobrevenirles, aún en caso que hubiese algún peligro; pero aún
este peligro remoto se desvanece sólo con reflexionar que cebándose el fuego
eléctrico en los umbús quedan preservadas las casas que están cerca de ellos, y
que para las casas vienen a ser los umbús lo que son para los navíos los
conductores eléctricos, que se les ponen en los palos altos haciéndolos
descender al agua por fuera de las cofas y de las mesas de guarnición; así
lejos de ser los umbús para las casas un atractivo de rayos, les son un
preservativo que las liberta de ellos.
Yo por lo menos no tengo noticia de casa ninguna
que en el campo haya sido herida de algún rayo, teniendo cercano ese árbol; y
tengo noticia de muchas que lo fueron, no teniéndolo. Por este principio y
experiencia, que lo acompaña, soy de opinión que aunque los umbús no trajeran a
las casas más utilidad que la de preservarse de los rayos, que tal vez las
destrozarían, no teniéndolos; se deben poner cerca para preservarlas, y que el
furor de los rayos se cebe en los umbús antes que en ellas. Pero al mismo tiempo
soy también de opinión, que cuando amenace tormenta se separen de los umbús los
caballos que estén atados a ellos; porque no siempre tendrán la fortuna que
tuvieron los míos, de que el fuego sólo descendiese por lo interior del tronco,
sin tocarlos."
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